Un abismo que caía despacio sobre mis ojos | Carmen Rojas Larrazábal | Venezuela




La poeta Mariela Cordero, nuestra colaboradora, esta semana nos presenta tres poemas de Carmen Rojas Larrazábal (Venezuela). Ella es poeta, gestora cultural y antóloga de San Sebastián de los Reyes. Posee especializaciones en Literatura inglesa, chicana y afroamericana. En el 2010 crea Artepoesía por La Paz en Estados Unidos. Durante el 2021, crea El Arco & La Flecha Editores, editorial dedicada a la poesía. A principios del 2022, Carmen crea el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés De la Cruz. En abril de 2023, su organización, ArtePoesía por la Paz, crea el Festival de Poesía, La Palabra en Libertad, espacio virtual de poesía moderado por Daisy Zamora y Carmen Rojas Larrazábal. Ha publicado varios poemarios: Confesiones de la ausencia, Fracturas del Silencio entre otros. Finalista en el Premio Internacional de Poesía María Rosal, (España), 2024, con el poemario El tren de las cosas perdidas, el cual será publicado en el 2025 por Valparaíso Ediciones, España.  Miembro honorario de la Asociación de Escritores de México.


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Oración a un desconocido

 

Puedo dejarte un pedazo de pan

en los días que desnuda la marea.

Dibujar una lámpara en mis labios

y conducirte al laberinto que jamás alcanza

el fondo de la luz. Puedo mantener tu sombra

apoyada en mi hombro, en alguna piedra blanca,

con aristas de olvido. A orillas del muelle,

que cuida tu sueño, delira un barco sumergido

en tus abismos. Te conocen bien

las gaviotas que habitan en tu pecho:

hacen caminos sobre el agua,

se hunden contigo hacia la nube más alta,

irreconocible para la intemperie

que te cobija esta noche. Se humedecen las palabras,

casi sin respiración, para devolver el pedazo de pan.

Me dices que es mejor guardarlo para otro naufragio.

 

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Para medir luz y sombra


“Me hablaron de un poema milagroso que, en su soledad, llovía abundantemente.

Al final hubimos de convenir que no era un poema, sino una nube.”

Rafael Pérez Estrada

 

Era un abismo que caía despacio sobre mis ojos,

palabras a tiempo para detener el fondo,

antes de tocarlo abruptamente con la realidad a mis espaldas.

Tenía su propio equinoccio y no lo sabía.

Llovía sobre mí todas sus tristezas,

mojaba los sueños de algodón, saturados de blancura inerte e imprecisa.

Tenía su propio equinoccio y no lo sabía,

para medir luz y sombra

sobre estos pasos

que ya no me pertenecen.


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La calle que me busca

 

Bebo la noche como licor

para deshabitar el humo de los muertos del verano,

pero la calle que me busca siempre llega al frío de mis huesos.

Bajo el agua, respiro las palabras lanzadas antes de repetir el gesto

de sentarme detrás de las puertas secretas.

Pero la calle que me busca siempre llega al frío de mis huesos.

Las gaviotas del Pacífico, desubicadas por los dioses ajenos al río,

clavan sus picos para llamar a la aldaba de la nostalgia.

Desde abajo, las veo entrar y salir,

perforando mis ojos para dejarme ver más allá

de esta tinta sin resurrección,

que pinta los últimos garabatos sobre mi nombre.

Dentro del agua, sostengo un metal rojizo

que me cruza los recuerdos.

Pero la calle que me busca siempre llega al frío de mis huesos.

He comprobado que, debajo de estas aguas,

es más fácil llegar

a todas partes.


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