La
poeta Mariela Cordero, nuestra colaboradora, esta semana nos presenta una selección
poética realizada por la editora y poeta Gladys Mendía de un poema extenso de Ida
Gramcko (Venezuela) (1924-1994) Poeta y pionera en el periodismo policial. Su
poemario Umbral ganó el Premio de la
Asociación Cultural Interamericana(1941). Durante el año de 1944 publicó varios
libros, entre los que destacaron Cámara
de cristal, Contra el desnudo corazón del cielo y La vara mágica. Obtuvo en
1977 el Premio Nacional de Literatura y
en 1982, recibió el Premio Henrique Otero Vizcarrondo por mejor artículo de
opinión publicado. A los cuarenta años egresa como Licenciada en Filosofía de
la Universidad Central de Venezuela en 1968 y en donde dictó la cátedra de
Poesía y Poetas en la Escuela de Letras. Ejerció la docencia en diversos
centros educativos y universitarios del pais y siguió ejerciendo su labor
de periodismo, publicando artículos en reconocidos diarios y revistas como El
Diario de Caracas, El Globo, Élite y la Revista Nacional de Cultura e Imagen. Falleció
en 1994 a la edad de 69 años.
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–1–
Una intemperie nueva
con nuevas posesiones.
Dejando atrás los duros
eslabones del hueso,
dejando atrás –insisto–
tan duros eslabones,
dejando atrás el pecho
–y hubo palpitaciones
que llegaban a un
clímax completo sin receso–
dejando atrás lo
amante; cavaban los hurones
de amor en soterrado
albergue cuyo peso
ascendía a los labios
tibios y reventones
en un cúmulo exacto de
límpidas canciones,
dejando atrás aquello
que esperaba terrones,
pieles que presagiaban
sus huecos y erosiones,
recuerda: hubo unas
horas vivas sin vibraciones
o cuyas vibraciones no
eran cántico expreso.
Hubo aquellas calladas,
fluidas emanaciones
que venían de oscuras,
silentes ramazones
unidas a un encuentro
que era un trémulo exceso
cual si excederse fuera
entrar en floraciones
e irradiar dulcemente,
frutal como el cerezo.
La ternura posee bravas
vegetaciones,
es un cruce compacto de
tutela y de brezo.
Recuerda. La caricia
rescataba vellones
e iba poniendo lanas
lunares en el beso.
Todo aquello: las
frentes, los dedos, las visiones
de la mirada tierna que
en sus contemplaciones
contuvo llamamientos
como constelaciones,
aquello de sentirse
libérrimo mas preso,
todo: aquella sonrisa
que abría corazones
como si sobre un futo
cromático y espeso
se clavase un colmillo
con suaves agresiones,
todo: aquellas alegres,
densas contradicciones
de ser víctima dulce e
insólito sabueso,
entregarse sin brechas
y sin vacilaciones,
ser robado y dichoso
sin otras reflexiones
que las conocedoras de
agudos aguijones
profundizando tanto con
sus penetraciones
que ya no eran heridas
sino bifurcaciones
de un sentimiento
dúctil, manteniéndolo ileso.
¿Qué era todo ello,
entonces? ¿Qué cítaras, qué sones
estaban en el fondo de
aquellas emociones
donde labio y lucero
tramaban el proceso?
Un lenguaje distinto.
Distantes percusiones.
Todo es canto aunque
calle. Todo es credo confeso.
Así, cuando decaigas,
cuando no haya prisiones
de pechuga caliente,
cuando en las evasiones
finales, lo muriente te
resulte un tropiezo
recuerda garbos graves,
gestos, genuflexiones,
recuerda que algún día
gestual hubo embeleso,
hay mímicas profundas
que emanan de misiones,
hay caídas contentas,
íntimas postraciones,
recuerda que el vocablo
nació de conmociones
que se llevan adentro.
Rememora que el rezo
surgió como una linfa
con ondas de oraciones
porque lo ilimitado te
tenía poseso.
La voz tiene un origen
cabal: las expresiones.
Recuerda las enhiestas
corolas bermellones,
no eran grito, eran
brotes o manifestaciones
que bordeaban la senda
del triunfo o del regreso.
Dentro están los
principios, las primeras pasiones,
dentro pululan llenos,
los nidos, los embriones,
las crisálidas penden,
plenas, de los tendones,
un giro como de alba
ventila los pulmones,
los gérmenes se mueven,
listos, en los pezones
y luego cae la lluvia
de ritmos, de renglones
y un musical manojo
vierte las eclosiones
donde todo lo amado sin
bálsamo confieso.
–2–
Lo sabemos. El labio
sellado ha trasmitido
un léxico distinto.
Cuando nos ha besado
el no decir retumba
como un cósmico ruido,
como si la tormenta se
hubiese desatado
en el contacto, como si
se hubiese caído
el árbol más antiguo,
más rotundo y erguido,
como si todo el bosque
se hubiera iluminado.
Un derribo, un tumulto
y un ámbito encendido
eso es besar si el
labio se detiene en lo amado.
Sentirse un humo
extraño porque es empedernido.
Sentir que crecen
piedras de luz en el costado.
Sentir que hay dos
lobos dulces en el rostro y un cuido
de que el fuego del
Fénix no sea abandonado.
Estaturas intensas.
Sentir que se ha crecido
cual si hubiese un
gigante subiendo estremecido
en el vuelo del beso.
Cual si el pecho transido
estuviese por hordas de
estrellas empedrado.
Como si el aire fuese
tiernamente fornido.
Cual si hubiese granito
solícito en lo alado.
Como si nada nunca te
hubiese sucedido
que no fuese un
cansancio feliz y sonreído
donde sólo la carne
fuese lo fatigado.
Como si todo el viento
se hubiese detenido
y sólo hubiese un soplo
por sándalo impregnado.
Como si siempre dioses
te hubiesen protegido
y no hallases más ojos
que lo maravillado.
Como si sólo siempre
dejases el oído
en caracoles broncos
donde habita un llamado.
Idioma de ternura.
Callar enternecido.
Cuando la cercanía es
un fruto prohibido
y el otro que era tuyo
totalmente se ha ido
–seamos tiernos–
digamos que se ha tornasolado,
¡cómo suena el
silencio! Yo escucho su alarido
donde nadie un vocablo
de amor ha pronunciado.
Retumban las ausencias.
Porque idéntico a un nido
de pichones que pían lo
distante ha gritado
suavemente; se abarca
largamente el sonido
silente como verbo que
guarda lo escondido
o un sentir que manando
con íntimo estallido
no divulga ni extiende
su címbalo cerrado.
Desde estas memoriosas
regiones del latido
pues corazón entonces
era estío aguerrido
al que uno como llama
precoz se ha aclimatado,
desde aquellos veranos
que nunca he rehuido
porque en ellos se
estaba caricioso y soleado,
desde aquel sol amante
se está sobrecogido
y a efusión en hogueras
tenaz he prometido
ser fiel a los
sentires, y el cuello ha contraído
una sed por lo arduo o
por lo entretejido,
pues querer tiene un
ágil oráculo escarpado,
y ya por la garganta
sin un tránsito fluido
sube un sorbo de rocas,
sube un pétreo bocado
y los labios sin miedos
a lesión han mordido
un ascenso de amores
como un acantilado.
–3–
Un silencio de amores
donde no te deshaces
pues solamente cuerpo
se consume o se agrava.
Un cosmos asumido.
¿Callaron las torcaces?
Las manos no compensan
el labio que nos traba
pues ademán que lleva
la piel como una aljaba
cognoscente de alientos
sin ámbitos fugaces,
sabedora de internas
ternuras pertinaces
en donde el vuelo
táctil ni ondula ni se alaba.
Supe de los profundos
pretéritos enlaces
donde como en un golpe
de polen se me amaba.
No hubo sangre rotunda
ni pétalos locuaces.
No caían espigas
meteóricas en haces.
El trigo no era un
cetro de opulencias feraces.
Que al pan si no es de
harina de gnomos, no lo amases.
Sólo en báquicos vinos
el ímpetu abrevaba.
¿Había? No había
estrellas. Pues mucho más audaces
eran aquellas luces
trémulas y tenaces.
No sé si un sol consciente
y alegre me miraba.
Ahora sé de ¿son
fauces? Violentas y voraces.
¿Me horadan? De algo
valen los sueños, algo estaba
y sigue estando
intacto. Los sueños son capaces
de resistir al pecho de
almendro que se acaba.
Que sólo en las
leyendas invernales te arrases,
aquellas donde un hielo
fosfórico brillaba.
Que a todo viento suave
bucólico traspases.
El cielo surge a veces
cuando un dédalo clava.
Padezcas cuanto sufras,
pases por lo que pases,
recuerda que una frente
virginal te soñaba.
Por ello hoy los silencios
flotan como sin bases
cual si no hubiese
sitio con la hoz que socava.
No tener, no
encontrarlas, las palabras veraces,
los ademanes hondos y
en flor –no te amordaces–
no te aprisionen huesos
y en hiel no te atenaces,
frialdad, paro de besos
y voces, no amenaces,
que el hada que en ti
hubo con berilos vivaces
es una casta cólera. Es
un lirio con lava.
Silencios que no
expresan (Mundo, que me rechaces),
pues son burlas al
cielo (Cielo, que me entrelaces).
Los silencios resultan
mórbidos y mordaces.
Que en una sola inmensa
devoción los rebases.
Sueños, para sus reinos
hay púrpuras secuaces.
Que sólo en fe o en
fuente de fábulas te abrases.
Recuerda que una mente
sin muerte te llamaba.
Recuerda que hubo
siempre cenizas suspicaces.
El mago dice al mundo:
morir no menoscaba.
*Selección por Gladys
Mendía del poema de largo aliento Los cantos a Perséfone incluido en Obras
escogidas. Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, Venezuela,
1988. Y más recientemente publicado en el volúmen 3 de Ida Gramcko. Poesía
reunida (LP5 Editora, 2024).
Foto Archivo: Alfredo
Cortina
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