«Poemas del cuerpo del delirio»
Ven,
acude a este aullido
que emerge desde
la fatiga de los pulmones.
Ven ahora,
cuando dios duerme
en su eterna mansedumbre.
Aparece sin aviso,
como un terremoto,
llega de golpe,
estremece la fibra más
ínfima de mi ser.
Ven a mi bala perdida
hazme tuyo desde
el primer impacto,
enreda tu lengua
a mis huesos
apriétame ferozmente,
hunde tus ojos
en mi boca
atraviésame profundamente,
hasta lo insondable,
lo abismal.
Juega conmigo,
acúname en tus manos
consuma tu deseo en mí,
bésame ahora
antes que la noche y su sed escapen
bésame hoy,
antes que de que dios despierte
y sienta envidia.
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En mi boca,
tu nombre es una tormenta
que se repite cada vez
que mis manos claman
por tu cuerpo de lluvia y relámpagos.
Tu nombre es el trueno
que despierta todos los muertos de amor,
tu nombre de limón y sal
son tus ojos clavándose en mis labios,
es un vendaval de versos curiosos
dibujando bucles en tus pechos,
que me seducen, me tragan, me asfixian.
Tu nombre es el huracán
que desraíza mis dientes
cuando quiero nombrarte,
noche honda y fugaz.
Tu nombre es un recuerdo plomizo
martillando la memoria,
es la profundidad de la pasión náutica
donde quiero ahogarme.
Tu nombre es la furia del fuego
¡Incinérame!
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Si un día me pierdo en tus ojos,
si mi sombra se evaporase,
si mi nombre se quedara mudo en tu garganta y la memoria,
si mi cuerpo se hiciera nube de cenizas,
torre de agua, reino de arena,
búscame en el hueco insondable de tu hambre,
donde habitan los suspiros.
Ahí, nadie sabrá de mi sombra
ni quien fui para saciar tu sed:
allí, conocerá mi nombre laberinto,
mi nombre avinagrado,
mi nombre herida fresca.
Si un día me extravío en tu olvido,
nómbrame entre tus piernas
con el hilo de miel que se te escapa.
Gime mi nombre, dilo bajito,
casi como un misterio que ningún dios pueda oírlo.
Repítelo, sutil leve, vaporoso,
para que no se rompa en tus labios.
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Tú, ángel tierno y salvaje,
si un día olvidas quien soy,
si no recuerdas mi boca mordiendo tus silencios
ni las grullas que anidaron en tu lengua,
encuéntrame anclado a tus tobillos,
hincado bajo tus párpados,
dormido en tu clavícula,
cual animal abastecido de ensueños.
Soy la huella brumosa impresa en tu deseo,
el vértigo que escupe la noche insatisfecha.
Soy el poema que dejé escrito en la punta de tus pezones.
Léeme.
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