El gran árbol sabio | Lily Gómez | Honduras



Omar Cruz, nuestro colaborador, nos presenta un fragmento de su novela Rosa pastel de Lily Gómez. Ella nació en Honduras, en 1994. Desde pequeña desarrolló el amor por la lectura en la casa de uno de sus tíos que en ese entonces era profesor y mantenía a la mano cuentos y libros infantiles. Durante la adolescencia descubrió que su imaginación podía llevarla más allá de sus límites y decidió plasmar en papel algunas de sus muchas ideas, consiguiendo escribir su primera novela. Años después mientras navegaba en internet encontró una plataforma virtual que le permitió publicar varios de sus escritos. 

Estudió Comercio; obteniendo el título de Perito Mercantil y Contador Público en el Instituto José Trinidad Reyes. Es licenciada en Contaduría Pública y Finanzas, egresada de Ceutec, San Pedro Sula. En 2023 publicó su primer libro titulado Rosa pastel, pronto saldrá su segunda novela que llevará por título Amor con sabor a cerezas.


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El gran árbol sabio


Alicia tenía dieciocho años, era una mujer muy bonita y tenía un cuerpo para envidiárselo. Pese a lo anterior, nunca la consideré mi rival o algo parecido; sin embargo, siempre noté que era insegura y que no poseía amor propio. Cuestiones de autoestima, supongo. Parecía inconforme con lo que tenía y siempre quería mis cosas; desde pequeña peleaba por mis juguetes y después por cualquier otro objeto que me perteneciera. Una vez leí, no recuerdo dónde, un pensamiento que decía: «La envidia es una mujer delgada y descolorida gracias a que se la pasa mordiendo, pero no come». Ese pensamiento era la definición exacta de Alicia, pero con todo ello le guardaba cariño y estima, pues no se trataba de su personalidad sino de la mía y yo no me permitía despreciar a quien no lo merecía, hasta que llegaba a lastimarme, y entonces no había vuelta atrás. Aunque, por entonces, la que vivía con remordimientos era yo por haberme acostado con el novio de mi prima.

 Una tarde tocó la puerta de mi habitación y antes que le permitiera entrar vi cómo giró el pomo y lo abrió.

—Afuera te buscan —dijo, sonriendo.

Yo estaba a medio vestir, recién había salido de la ducha.

—Debiste tocar y esperar a que abriera —le dije.

—No pasa nada —respondió.

—Estoy semidesnuda.

—Yo creo que ese tal Thiago no te merece en lo más mínimo, está precioso y tú muy corriente —me miró despectivamente y algo en mí se encendió.

—¿Thiago? —le pregunté, confundida, restándole importancia a su insulto.

Sólo deseaba saber cómo era posible que estuviera afuera si nunca antes me había visitado ahí. Entonces recordé que aquella noche en que cenamos juntos comenté dónde vivían mis abuelos paternos; tampoco era difícil llegar, pues era un pueblo muy conocido en esa región. También recordé que mencioné los nombres de mis abuelos, y ellos eran personas fáciles de ubicar una vez que uno ponía un pie en ese lugar. Lo que más me sorprendía fue la atención que Thiago le puso a mi plática, aún en los detalles pasajeros que yo le mencioné.

—Iré a atenderlo mientras sales —dijo Alicia.

«Es una descarada», pensé en silencio.

Por otra parte, sabía que el karma existe y aunque no tenía idea de lo que había entre Marcelo y ella, yo en algún momento tenía que pagar mi error. Cuando salí vi el auto de Thiago estacionado frente a la casa de mi abuela; mi sorpresa era enorme y me alegré muchísimo por volver a verlo. Era una cosa extraña aquello que pasaba entre nosotros; nos gustaba estar juntos y charlar, pero la relación no avanzaba, así que nunca lo eché de menos o algo parecido.

Alicia estaba sentada frente a él, coqueteándole. Algo en mí explotó haciéndome saber que estaba a punto de odiarla. Me acerqué lo suficiente y hablé.

—Tu novio Marcelo debe estar esperándote —le dije—. Gracias por entretener a Thiago —sonreí con sarcasmo.

—Tu novio es muy guapo —comentó con voz seductora.

—No somos novios —dijo él.

Puse mis brazos en jarra y lo miré con seriedad, ya que con aquel comentario le dejaba abierta la puerta a mi prima.

—Aún —agregó nervioso, después de darse cuenta de que había cometido un error—. Me alegro de verte —dijo, mientras me abrazaba. 

Me causó enojo que dijera eso, pero tenía razón así que omití su comentario. También sentí celos de ver a Thiago junto a Alicia y cómo disfrutaban de la plática antes de que yo apareciera; sin embargo, ese sentimiento pronto se esfumó. Él y yo nos sentamos a charlar por un par de horas, en las que lo atendí como se merecía. Cuando le tocó regresar se despidió de Ónix y de mí.

 —Lo has cuidado muy bien —expresó con ternura y acariciándolo.

Yo sólo sonreí y lo dejé partir.

Los días siguientes, junto a Alicia, fueron un tormento constante, no había instante en que ella no quisiera hacerme sentir poca cosa, era raro saber que se comportaba así, pero entendía que era su esencia como persona. Desde niña quería todo lo que yo tenía, incluso cuando sus cosas eran mejores que las mías. Yo evitaba a toda costa decir o hacer algo que luego podría lamentar. Una mañana me cansé de las constan- tes discusiones. Tampoco era prudente que mi abuela supiera lo que pasaba entre Alicia y yo, así que decidí volver a casa y enfrentar a mi familia. En la primera persona que pensé fue en Thiago. Lo llamé a su móvil y le pedí que fuera a recogerme, el único que podía hacerlo aparte de él era mi papá y no quería compartir un viaje de dos horas con mi progenitor, así que no había más alternativa, puesto que tomar un autobús no era una de ellas porque no estaba acostumbrada a viajar por mi cuenta y sólo de pensarlo me aterraba la idea.

Thiago llegó al día siguiente por la mañana; antes de llevarme a mi casa fuimos a almorzar a un restaurante que quedaba a orillas de la carretera. Era un lugar hermoso y acogedor, tenía un enorme jardín con flores de muchas variedades y la comida estuvo exquisita. Alguien en ese restaurante nos invitó a visitar el pueblo que quedaba a unos minutos solamente y que, según dijo, era encantador, lleno de cultura y tradición. Sin pensarlo mucho aceptamos. Minutos más tarde caminábamos por pequeños senderos de piedra; las paredes de casi todas las casas tenían macetas colgantes y en los muros había pinturas coloridas. Vi cómo Thiago disfrutaba mirando al mismo tiempo que avanzábamos por la calle; era sin duda una exposición de arte al aire libre.

—Es un lugar muy bonito —comenté al mismo tiempo que me senté para admirar cientos de palomas caminando cerca de nosotros.

—Tienen que ir al gran árbol —dijo un señor que pasó junto a nosotros.

Thiago y yo nos observamos confusos, sin entender nada. Me puse en pie y seguimos caminando hasta llegar a la base de una pequeña colina.

—Si son pareja, suban al gran árbol sabio —nos sugirió una niña de ojos verdes que se nos cruzó enfrente.

—Vamos. —Thiago me tomó de las manos y me haló mientras corría.

—Espera —me detuve en seco—. ¿Qué no has entendido que para subir debemos ser más que amigos? —pregunté sonriendo.

—Camila ¿Te gustaría ser mi novia? —preguntó mirándome a los ojos.

Aquellos hermosos ojos color miel me hipnotizaron una vez más. Lo miré sonriendo, pero no dije nada.

—¿Aceptas? —volvió a preguntar, a la espera de una respuesta.

—Acepto —contesté.

—Pues ya está, ahora vamos —indicó, pero antes me besó en los labios.

Su beso fue tierno y hermoso, me sentí confundida. Seguía sin entender cómo estaba pasando todo tan de prisa. Yo que no creía en el amor, yo que no creía en las historias color rosa pastel, yo que odiaba los clichés y evitaba el romanticismo, yo que no quería enamorarme.

Yo era el personaje principal de una escena romántica, demasiado romántica y quizá no quería estar ahí, pero deseaba con todo mi ser vivir aquel hermoso momento.

Respiré profundo y me propuse seguir el consejo de la abuela: vivir ahora lo que deseaba recordar en el futuro.

Caminamos un poco más y cuando llegamos nos dimos cuenta que aquel árbol estaba repleto de cintas rojas.

—Tienen que tomar un listón y escribir el nombre del otro, luego lo amarran a una rama en lugares separados —nos explicó un anciano de cabellos blancos entregándonos dos tiras y un marcador.

Thiago me miró y me cedió el marcador para que procediera, yo escribí su nombre y luego él escribió el mío.

—Un día, cuando regresen, busquen sus nombres, si ambos están sujetos a estas ramas, el gran árbol sabio les concederá la dicha de permanecer uno junto al otro por el resto de sus días —dijo. Sus palabras eran hermosas.

Aunque Thiago y yo sabíamos que era sola- mente una tradición, nos sentimos bien haciendo aquello en la iniciación de nuestro noviazgo.

—¿Ya podemos romper? —le pregunté sarcástica cuando volvimos al auto.

—¿Cómo? —cuestionó, asombrado.

—Lo de hacernos novios era solamente para subir, ¿no? —le dije, sonriendo.

—Claro que no, es porque te quiero —me explicó—. Lo de ser novios era en serio —aseguró, besándome en la frente.

Lo abracé en silencio y después nos marchamos de aquel encantador pueblo en el que, sin planearlo, nos la pasamos de maravilla.


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