Agua de los nombres | Anacleto Soriano | Honduras




Omar Cruz, nuestro colaborador, nos presenta una selección de poemas de Anacleto Soriano, autor hondureño nacido en 1990. Ha publicado las obras: Los muertos de ayer en las fronteras de ahora (poesía) 2019, El caso sin resolver y otros cuentos (narrativa) 2020 y Corazón de tierra (poesía) 2022.

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Agua de los nombres

Confirmo que soy una recalada caridad provocada por el desvío del viento. 

Veo mi infancia:

En el desván están las ropas de anoche, 
de los amores que se fueron dejando un duro hastío.
He quedado absuelto al fin, pero no sé si me siento mejor.

De tarde caen meteoros, los ancianos los recogen y los dan a sus nietos para jugar.
Soy de esos niños que juegan con piedras encendidas. 
Al amanecer, tres grillos cantan detrás de mi casa. 
Son Rosa, Juan y Darío: me despiertan para que cuide el sol mientras ellos duermen.

Pasan los vecinos y me ven, pero les da miedo decir hola. 
Puedo ver en su semblante las pizcas de esperanza cubiertas por el miedo.
Hay nubes, como que lloverá, Dios sabrá.

El aire que corre sabe a sudor de mi padre, que murió sembrando minutos en mi reloj.
Otros niños de mi edad llevan cántaros con agua a sus casas, 
sus madres aporrean la soledad y recogen en bolsas plásticas el dolor que cae: 
esto es lo nuestro, dicen en forma de consuelo, 
pero saben que se mienten a sí mismas.

Hay hambre, dice una anciana. Sí, hay escasez, responde una voz pálida. 
Soy intrépido al pensar que mi vejez tranquila tiene raíz de roble. 
Así van las cosas en este país. Mi país. Tu país.

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Confesión 

Me sorprendió la vida.
No tuve tiempo de verme en el espejo.
Me llegó de golpe la nacionalidad. 
De repente me vi frente al mar para tirar las redes del destino.
Y cometí el error de incluir en mi vocabulario el desamor 
y desde entonces tengo miedo.
Me quedé en el callejón sin salida de la rutina. 
Y no morí cuando tuve oportunidad, 
ni corté las flores de los lirios rojos 
por no faltar a mi obligación de sonreír.
Cambié de prisa mis modales, 
mi tono de voz, mi soledad 
y corrí tras los autos como un loco 
queriendo acortar la distancia entre el buen vivir y la muerte. 
Pero ni uno ni otro fue real cuando por fin llegué a mi vejez.

Y aquí estoy ahora, sentado ante mi pesar, 
respondiendo a mis propias cartas, 
acompañándome a quererme un poco, 
mientras confieso el pecado de olvidarme.

Me sorprende a veces la sensación de aquellos que van por la calle 
sin mirar al perro que ladra, 
al niño que juega con su voluntad 
para auspiciar el reencuentro de su propia voz.
Me ofusca la actitud cuya única noción es el desierto 
y escurre por los ojos arena.
Y mi suspenso es mayor al verme en esa condición,
desde donde contemplo los caminos que fui 
y el futuro que empiezo a ser.

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Sombras 

Veremos la tarde, la noche, 
la mañana como sombras que llegan y se van. 
Estaremos perdidos en el tiempo, 
sin poder contar con el domingo para alardear de la vida, 
ni con abril para nacer 
o agosto para acariciarnos el rostro.

Veremos la soledad abrazarnos, 
juguetear con nuestras manos, 
enamorada de nuestros rostros.

Veremos el brío en los ojos de los que lloran, 
mencionándonos por última vez en presencia nuestra. 

Veremos a nuestros hijos 
quedarse un ratito más acompañando nuestros desafíos.

Vos no podrás abrazarme nunca jamás.
Yo no podré besarte otra vez.

Seremos como recuerdo de sol en mina de plata; 
recuerdo nomás.
Pero vendrás a mí entre el barullo y callarás; 
y callaremos los dos.
Y seremos ese silencio que atemoriza los cadáveres; 
y las tumbas.
Y estaremos quietos, sin salir o volver, 
sintiéndonos nada más.

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