El viejo revólver calibre treinta y ocho | Omar Cruz | Honduras



Presentamos un relato de Omar Cruz (El Progreso, Yoro, Honduras, 1998). Estudiante de la carrera de Periodismo y Antropología. Es autor del poemario: Hologramas de ayer, hoy y para siempre (Atea Editorial, 2019). Ganador de algunos certámenes de ensayo breve, poesía y narrativa. Ha publicado en diversas revistas literarias y periódicos de América y Europa. Su poesía y narrativa ha sido traducida parcialmente al Inglés, Francés, Catalán, Italiano y al Japonés.

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«La vida es una visita
construida de sueños.»
Ray Bradbury

Otra vez se armó de valor y decidió girar lentamente el tambor de aquel revólver calibre treinta y ocho y lo colocó en su boca de tal forma que al disparar, sus sesos salieran volando hacia la pared. De nuevo, su dedo índice estaba en el gatillo y sin temblor alguno jaló y no pasó nada, aquella bala se había quedado en el limbo, sin impactar su objetivo. Esta mierda ya no sirve o seguramente está lleno de moho —se dijo, en una voz levemente alta.

No habían pasado ni dos minutos cuando salió a la terraza de su casa y volteó hacia el cielo —y dijo—: me has quitado todo y ahora que yo me quiero quitar la vida no me ayudas. Y después escupió dos veces hacia arriba como increpándole a su creador por todos los tormentos y las tragedias a las que había sido sometido en el purgatorio de la existencia.

Después de eso sonrió y volteó nuevamente al cielo y se percató de una rara apertura en la lejanía. Aquello era un fenómeno que no solía ver con frecuencia, pero que se asemejaba a una escena en una película de suspenso o ciencia ficción, en la que un agujero se abre entre las nubes y después se escucha un estruendo que perturba las entrañas de la tierra, convocando con esto el nombre del caos y succionando con temible brutalidad todo lo que está a su paso.

Luego se percató que de aquel agujero en el cielo, algo estaba emergiendo. Y en voz alta —se dijo—: no logré suicidarme pero, al parecer, a Dios se le ocurrió matarme de otra manera, menos tortuosa y con oportunidad de entrar al reino de los cielos, ya que los suicidas no somos aceptados por la Biblia y mucho menos por el martillo arrogante del creador.

Decidió bajar a su habitación y traer su cámara de video, para tener evidencia de este fenómeno en la posteridad. Entró a su cuarto y vio la cámara y también aquel viejo revólver calibre treinta y ocho que tantas veces le había fallado y entonces lo dejó sentenciado a la soledad, mientras se iba a filmar las imágenes de aquella fisura en el cielo.

Al regresar a la terraza encendió la cámara y sin más se propuso grabar aquel fenómeno. Pero lo que vio, lo dejó totalmente perturbado ya que de aquella extraña fisura estaban emergiendo —del lado izquierdo— miles de serpientes y del derecho lenguas largas acompañadas de algo que parecían espinas. Acaso es esto el apocalipsis —se dijo en voz baja y siguió grabando cada detalle de aquel horroroso cielo que estaba frente a su mirada.

Nada lo detenía, ni el cansancio que sintió al subir las gradas hacia la terraza, ni las imágenes horripilantes que estaba viendo, ni su rencor hacia aquel dios, y cuando se preparaba para acercar la imagen sintió una presencia extraña en su espalda. Él sabía que estaba sólo en casa, pero aquello que estaba detrás suyo no le parecía una presencia humana, tenía la sensación de algo desconocido; como una bocanada de un animal gigante y silencioso.

Antes de voltear hacia atrás, respiró tan hondo que casi se ahogó y no pudo evitar que la cámara de video se cayera de sus manos y cuando la intentó recoger pudo ver una parte de los pies y las piernas de aquel ser. Nunca he visto algo así con vida —se dijo— ya que la forma anatómica que tenían semejaba a las de una gárgola del siglo dieciséis. Y después miró lentamente hacia arriba y vio la cintura, el torso, los brazos, y notó que todos éstos tenían lo que parecían plumajes brillantes y majestuosos, como los de un dios de la mitología egipcia.

Entonces decidió seguir viendo aquel extraño ser, pero antes, se detuvo un momento y pensó en cómo sería su rostro y no lo pudo imaginar, lo que lo llevó a querer verlo de frente para quebrar el misterio, pero también cruzó por su cabeza como un flechazo de lado a lado, el método exacto para matarlo si era necesario, no obstante tampoco pudo encontrar una respuesta así que decidió observar aquel ente sin pensarlo mucho más.

Yo soy una versión tuya más longeva, de otra línea de tiempo —dijo en voz alta—. El joven vio detenidamente el pecho de aquel ser y pudo notar que sus pectorales también estaban cubiertos de finos plumajes y su rostro era el de un chacal; con una cicatriz en el ojo izquierdo y una horrible quemadura en el derecho. Y aquel misterioso ser siguió hablando —y dijo—: yo nací del primer intento que hiciste a los catorce años, es por eso que, no me parezco mucho a ti, pero en otros mundos y tiempos hay otros como yo; que están más deformes y totalmente irreconocibles —debido a tanto desgaste físico y emocional— al intentar quitarse la vida y chocar constantemente con el fracaso —finalizó.

Luego de eso, ambos se percataron de que aquella fisura se había hecho un poco más grande y aquel extraño ser —dijo—: por lo que puedo notar, aún tienes ese viejo revólver y también la caja azul con forma de mariposa en donde venía —y prosiguió—: siempre creí que lo que nos había dicho R. Bradbury sobre ese diabólico revólver era una locura, pensé que era un viejo senil y demente. Pero sus palabras fueron tan ciertas y precisas que si observamos —con los ojos de la sinceridad— la destrucción en este presente, bien podríamos afirmar que usar esa misteriosa arma te llevó a abrir otras líneas en el tiempo y dar cabida a este horrendo caos —finalizó.

Después se escuchó un sonido espantoso; como si el cielo se hubiese quebrado en mil pedazos y el eco se hubiera repetido cientos de veces en las entrañas de la tierra. Aquel extraño ser miró hacia las nubes —y dijo—: ahora que todo se ha roto, debo volver a mi tiempo, para que el tuyo se pueda reiniciar correctamente, —y continuó diciéndole—: por cierto, nosotros —los de otros mundos— aún hacemos el intento —sin éxito alguno— de dispararnos por las noches; con un viejo y desgastado revólver calibre treinta y ocho.

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