El poeta argentino Carlos Vitale, quien reside en Barcelona desde 1981, nos presenta la sección "Poetas latinoamericanas en Europa". En esta ocasión leemos a Carolina Bustos Beltrán. Ella nació en Bogotá (Colombia) en 1979 y reside en Carrières-sur-Seine (Francia). Ha publicado Sueño stereo (Caza de libros, segunda edición: Altazor), Polifonías dispersas (Universidad Externado de Colombia), Estación tropical y otros poemas sinuosos (Nueve editores) y Lecciones de UrbEnidad, TaBogo y otras ciudades recorridas (Nueve Editores).
EL SÍNTOMA DE MÍ MISMO
A Gustavo Cerati IN MEMORIAM
El síntoma de mí mismo
se impone cuando ese yo que es otro se afinca,
se vuelve nudo de carne,
se enjambra al hueso.
No quiere salir de allí
ni buscar alivio.
Se vive con él y hasta con disimulo se le lleva de paseo.
Mí mismo se parece a ese hombre del frente;
ese que fuma y seduce,
indiferente a las toxinas del aire y de las palabras.
Mí mismo se viste de falda o pantalón;
no soporta el afán, el retraso y la queja;
le tiene miedo al luto, al adiós de funerales
y a dejar de ver pájaros narcisos jugar en las ventanas.
Mí mismo se cansa y encanta.
Se llena de pétalos los labios y los pinta en carmín para otros mismos.
Quiere ser nube y cascada, a veces fango olor de rock, olor de tango.
Mí mismo añora vuelos sin escala,
ascensores externos con vistas abismales,
escaleras funcionales que lleguen a su destino.
Sin ser ese yo o elemento desconocido,
sin necesidad de ser «otro» para gusto de alguien.
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INSECTA
Parece que estás fuera del ángulo del día
donde la cabeza se sumerge
y se ahoga en el pensamiento amenazante de desaparecer.
Es una hora ausente de luz,
un vértice del minutero que no para,
ni se detiene.
Necesitas borrar el trazo de tu huella.
Pinchas en ti y sientes angustia.
No te ves, eres átona.
Andas, silueta modelada sin carne o piel,
por entre avenidas y andenes de precipicios.
Nadie entiende la gravedad de tu soledad.
A nadie le importa el vértigo de un ser invertebrado.
El vacío tiene cuerpo de telaraña.
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LA PREMONICIÓN
Participamos en el nacimiento del mundo
tirados en la hierba imaginamos
las flores recobrando su brillo en la punta del estigma.
No había nada que nos hiciera alejar de la sonrisa
ni del preámbulo
ni del sueño.
Un dedo dibujando el borde de un pistilo
coloreaba las mejillas evocando ternura.
Participamos en la desaparición del miedo
suspendidos en los filamentos de los estambres
hicimos el amor gimiendo,
y el júbilo y el sudor mancharon las sábanas de pétalos.
Desfloramos las sombras
sacamos la maleza de doscientos jardines,
escribimos otro poema
ese que no iba con el título de este.
Y así,
jamás nombramos la palabra prohibida.
Esparcimos el polen
en los céspedes donde ella
ya NO habita.