Paisaje fugaz | Juan Carlos Recinos




Presentamos una selección de poemas del escritor Juan Carlos Recinos (México, 1984). Él es poeta, ensayista, traductor y fotógrafo. Lic. En Ciencias de la Educación. Becario del FECA del Estado de Colima 2012, en poesía y ensayo en el 2018. Autor de los poemarios Cantos Peregrinos, Cartografía íntima, Nagara, Jericó y MeridianoRecientemente fue incluido en la Enciclopedia de la Literatura en México, de la Fundación paras las Letras Mexicanas. Ha sido columnista en (Milenio, El Comentario Semanal y Código Espacio Informativo) con sus columnas La espiral de Elliot y Arca. Miembro de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos. Actualmente es Doctorante en Educación.



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HISTORIA NATURAL

 

No podemos describir todas las cosas. En tus manos, el agua que se escurre es la ausencia de tiempo. Su cauce traza grecas donde nuevas ruinas ascienden. Contemplar esas columnas es ver nuestra debilidad. Nuestro porvenir una extraña forma de rectificar nuestro camino. El viento juega con tus cabellos ante el asombro de un niño.



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POSTAL DE CUYUTLÁN

 

No se puede confiar en el mar.

Su sal es incalculable. La exhibe

en la blancura de su espuma

que se eleva con la ola. 

 

El mar traza rutas para los pájaros.

 

La arena sometida al movimiento estéril,

a la caricia imperceptible, es el recuerdo

de lo que antaño fueron estatuas.

Cuando anochece los hombres son remos

donde la luz se posa. El repique

de las campanas amplía el clamor

del mar. No hay ley de extranjería.

El mar es un sueño.

 

 

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EL MUNDO

 

En casa de mi madre todas las cosas anidan en silencio, viejas fotos dan testimonio del tiempo. La humedad de las paredes es una herencia de malos presagios. La crónica de sus días es una relación de un extraño reino: mi madre reza en silencio, nadie escucha su oración.



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DE RODILLAS

 

El mar es un murmullo interminable de espuma, caracoles, medusas, esponjas, peces, restos de casas que el huracán recupera entre el susurro de los árboles y hombres desnudos que buscan la orilla. El chirrido de las aves después de la tempestad señala los restos de las cosas en la costa. En la orilla, se reúne lo que una vez amamos. Una fotografía sobre la arena es mi único recuerdo: el agua salada me bendice. Por aquellos días de septiembre, dicen que cayó sobre nosotros el ojo de la tormenta. De ese jueves no recuerdo nada, hombres y mujeres heridos, el cielo se ennegreció.

 

Nada sabemos del mundo desde entonces.



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PARÁBOLA DEL ARCOÍRIS

 

El corazón no tiene límites: esa es la parábola del hombre que ve el arcoíris de principio a fin. El arcoíris en el día nos da un poco de sombra. Antiguas creencias dicen que al final de este, hay un tesoro que custodia un duende. Nadie ha hecho la expedición para que nos relate la plenitud de esos cántaros de oro de una tierra inalcanzable. La luz en intervalos es un breve milagro.



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VISIÓN DE MIŁOSZ

 

Lo que ignora el ojo no es la forma de la piedra en tus manos, las rejas cuadradas o las líneas rojas sobre el suelo. En el mundo todo se acomoda en pequeños fragmentos. Lo fundamental del ojo es lo que consume la mirada. Nada es igual, sin embargo, las cosas se desgastan, se rompen. No hay desenlace en esta visión, el movimiento del agua es lo único digno en la memoria del hombre. Cada día nuevo propicia el milagro.



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PAISAJE FUGAZ

 

1

 

El silencio perfecciona los sueños.

Ablanda las sílabas que hemos dicho.

 

 

2

 

Las distancias en el amor

nunca se pronuncian.

 

3

 

A este mundo venimos de noche

antes del invierno.


4

 

Lo que somos, fin y principio,

es un sueño que alguien predijo.



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DESENLACE (Breve postal de junio)

 

Llueve. Es la primera lluvia de junio. ¿Qué repite el agua en su silabeo? Por la ventana de la casa se puede ver como se deshace el ruido. Vetas nuevas por donde el agua escurre, sitios que no reconozco. Al fondo de la casa, una fotografía de mi padre, su ausencia es semejante a un extravío. En la casa, las cosas tienen un sitio fijo. El temporal de la lluvia es breve, la música del agua es diferente a la de los pájaros que pueblan los árboles del patio en primavera. Mi abuela solía decirme en la infancia que la lluvia es la señal de los años que han corrido. Sus palabras tienen certeza. Llueve. El cielo se encorva con sus gotas. ¿Cómo describir este descenso gradual del agua? El agua de la lluvia constituye el correr de la vida, el espejo del cielo. La lluvia todo lo cubre.

 

 

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TRÍPTICO DEL FUEGO

A LUIS ALBERTO ARELLANO

 

 I

(Primera advertencia)

 

En ti Luis Alberto, confluye un discurso de pájaros de otros tiempos. En tus ojos navega una sombra. Un cauce de tu sangre lleva ese niño que contempla como construyes las naves para disfrutar el destino. No somos inmortales, ni ingenieros, ni políticos, no somos un accidente del universo. Somos el enigma de Dios.



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II

(Hoja en blanco)

 

Nadie va a dibujar tu nombre Luis Alberto. No sirve de mucho dibujar el miedo que te ató. Aquí, el tiempo ha cumplido su propósito. No hay engaños. Ayer, tu corazón se extravió en la misma luz que nos va a mirar partir siempre de casa. Esta realidad hiere a los que sueñan, a los que aguardan otro día. Aquí no hay ritual para prolongar tu vida, solo una hoja en blanco donde la luz parece mutilar tu sombra. No hay frontera sin sosiego. En el tiempo nada falta. La palabra voracidad, es el reflejo de una partitura. Ahí se arremolinan presagios que ceden a la claridad de estas palabras que deletrean tu nombre. No me consta, pero mi madre afirma que alguien ha inventado nuestros destinos. El sonido del viento se avecina como una necesidad. Todo es muy común en estas ruinas donde vivimos. Todo lo que nos rodea también emigra. En esta casa, la memoria transita sin esfuerzo, tirita la forma del rostro. No hay resurrección en este combate. No hay proeza contra el fuego que florece esta mañana. Dice Juan Bañuelos que nadie nos despierte. Ayer, Luis Alberto, el día era todavía.



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III

(Carta de despedida)

 

Luis Alberto, la vida es la forma más extraña de amar. No hay asombro ni justicia por lo que tenemos y luego lloramos. ¿Quiénes son los que se van? ¿Los que duermen el silencio de la piedra? ¿Los que ignoran nuestros nombres? Ningún signo resistirá esta música que nos lastima. No hay historia que nos acompañe a decir adiós, todo rehúye como hace tiempo, como una palabra falsa, aterradora y sin oficio. No hay solución para el juicio final en esta vaga forma del fuego, largo exilio frente a esta luz remotísima. He recibido consejos de otros equilibristas para complacer a los santos de la literatura. Pero esta multiplicidad de mi vida yo la conjuro. No es un fracaso, ni soberbia. Amar en estos tiempos es custodiar el fuego del enemigo.

 


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A Luis Alberto Arellano

1976-2016

PRIMERAS LLUVIAS

 

Mi abuela, pequeña e invencible, siempre contemplaba la tarde para anunciar en un grito la lluvia precoz. Rara vez, imposibilitada por la enfermedad, no brindaba ese grito. En la humedad de la tarde, ella se alzaba como un ave en el patio y todos se aglutinaban ante su figura de niña hermosa. Nubes grises, pájaros en vuelo, remolinos de polvo. Mi madre, a lo lejos soportaba en silencio el milagro de mi abuela. La lluvia, como quien escucha una canción inesperada, invadía los recovecos de la casa. La danza de ella ―dice mi madre― era un adiós que cargaba el temporal de ese año, un recuerdo que aún habitamos desde la infancia. La primera lluvia que trajo la desolación a mi madre llegó en abril bajo el signo de Aries. Con ella los funerales, las veladoras, los retratos viejos, el silencio, largas oraciones que no terminan, pero sirven para aligerar el desconsuelo. Madre, hoy llueve y tu cabello es una sombra inmensa que se entrecruza en el espejo, con tus huellas más hondas de la mirada. Cierro los ojos en el silencio de esta casa vacía, como en la primera infancia. Danzo como mi abuela en el patio donde se ahogan todos los sueños. Mi madre danza en silencio. En cada movimiento disimula los recuerdos de aquellos días. Un grito involuntario y el milagro sucede. Afuera llueve.

 

 

 

 

LAS COSAS QUE HE AMADO

ya no existen, no importa.

 

¿Comprendes?

 

Las telarañas

cuelgan en la esquina de la casa.

Un paisaje descolorido esa escena. Para morir de amor,

basta borrar mi nombre.


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