Presentamos cinco poemas de Dánivir Kent (Guadalajara, Jalisco, 1987), poeta y ensayista. Doctora en Filosofía por la UNAM. Autora del poemario “Caducidad” (2014) y de diversos ensayos filosóficos como: “Bajo el signo de la subversión”, “Cuerpo, naturaleza, escritura en La voz de tinta de Edmond Jabès”, “El océano oral: apuntes sobre la poesía beduina del Sahara Occidental”, etc. Se ha desempañado dentro del ámbito editorial y la docencia a lo largo de los últimos años, compartiendo cursos y talleres en el Colegio de Letras Hispánicas de la UNAM, en el Programa de Cultura Judaica de la IBERO y en otros espacios académicos y no académicos. Los siguientes poemas forman parte de un libro inédito.
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Vengo del musgo perdido:
antiguo recubrimiento de las piedras.
Lo común: no una mancha tupida
lo poco o mucho que se llevan las hormigas.
De la savia secreta del follaje
nada queda –escuché
–el polvo disperso del Sáhara fertiliza aún
la selva del Amazonas. Sentí
en el vientre caliente de un perro
los últimos golpes de un corazón extinto.
Entre un árbol y otro árbol
no hay más que distancia.
Pero las conversaciones más discretas ocurren
a ras de la memoria.
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El lugar anterior a la vida es un magma traslúcido.
Contiene
como la cera vaciada
su doble evanescente.
Por ello la costumbre de sepultar la placenta
como si se tratara de un difunto.
Con cada latido que damos
se agita otro al interior del mundo.
Hay buitres
que entierran sus huevos
en la ceniza de un volcán extinto
para que el vientre
de la tierra incube
los frutos emplumados
de la muerte.
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¿Esto es lo que somos? ¿Este valle de escombros que tapiza la mirada?
¿Polvo de polilla arrancado por el viento? Nacer
en el mismo sitio donde ponemos la vista:
una proyección de nosotros mismos en el tiempo.
Igual
que una planta injertada crecemos
moldeando nuestra sombra agreste en el asfalto.
“La ciudad
siempre es la misma”–dice Kavafis, la misma llaga.
Una grieta que circunda la existencia
y cruje dentro
cuando intentamos cerrarla.
Guárdame
los restos que he sembrado
si no llego a tiempo para unirme
en el lodo cálido del amor.
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Un cocodrilo es un termómetro geológico
hidrómetro que mide sus flujos
al tiempo de sus lentas inmersiones cotidianas.
En él, las llagas abiertas de los incendios brotan
por las crecidas densidades de su sangre-mercurio.
Un cocodrilo es un termo-regulador de mundos
complejo sistema de válvulas,
de glándulas
que secretan repentinas emulsiones anímicas
̶ miedo, enfado, excitación despiertan
su doble filo dorsal aguaterrestre,
con la fuerza motora de un coletazo.
Piedra viva, piedra de sol
hasta craquelar su árida corteza de carne. Razón por la cual
algunas veces duerme con la boca completamente abierta:
puede ser
que alguno que otro universo encuentre
por sus fauces
la salida.
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Ser el gen recesivo en la doble hélice del alma
memoria lisa en el pliegue arrasado
rascar de una voz-lagartija
detrás del oído
al amparo de un ruido mayor.
Polvo de huesos que el aire robó
a las manos antes
de transformarse en petróleo:
Humo
por donde el aire sangra
tinta
de pulmón ahogándose.
Ser el gen recesivo en la doble desgarradura del habla.
Palabra de fuego que el silencio aprehende
sin rastro de combustión.
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